martes, 3 de abril de 2012

No creo en el amor...




“No creo en el amor.” 
Estas cinco palabras salieron de mis labios fácilmente sin pensar, haciendo que de los ojos de mi mamá salieran lágrimas al estilo cataratas del Niagara. 
“Es mi culpa,” dijo avergonzada. 
“¿Cómo podría ser tu culpa?”
“De niña te leí demasiados cuentos de hadas, has estado esperando a un príncipe azul y es por eso que estás tan decepcionada del amor. Te debí haber dicho que el príncipe azul no existe, que no va a llegar en su caballo blanco. En su lugar existe un hombre que vale la pena, que sabrá ver en ti una princesa, y te hará muy feliz.  Por favor no dejes de creer en el amor.”
Las palabras de mi mamá dieron vueltas en mi cabeza, una y otra vez… irónicamente, en esa etapa de mi vida estaba trabajando para la compañía culpable de mis “imposibles ilusiones”… Disney. Sí. Yo era una “princesa Disney”, al menos en Latinoamérica. ¿No les parece gracioso? ¿Una chica Disney que no creía en el amor? ¿Acaso era yo parte de ésta gran mentira? ¿Estaba dándoles falsas esperanzas a las adolescentes que me veían todas las tardes? Fue entonces cuando la vida me tomó de sorpresa y sufrí un gran golpe. LITERAL.  Rodé por las escaleras en un set de grabación y no me pude levantar. Tuve una hemorragia interna que afectó mi nervio ciático, por lo que cada movimiento que hacía traía consigo un eléctrico dolor que ocasionó que me quedara en casa por tres semanas sin moverme. Tal vez en comparación de muchos otros accidentes fatales esto no era tan grave, pero para alguien tan hiperactiva y sensible como yo trajo problemas que nunca me hubiera imaginado. En primer lugar me encontraba en un país ajeno al mío, y mis papás no podían volar para cuidarme debido a que los aeropuertos se encontraban cerrados bajo estricta orden por causa del “virus de la influenza H1N1.” La mayor parte del día la pasaba dormida porque los medicamentos recetados eran muy fuertes. El poco tiempo en el que estaba despierta lo usaba para ver televisión, leer libros y hacer reír con comentarios sin sentido (culpo a los medicamentos) a mis amigos que me visitaban. Extrañé a mi familia, a mi país y en secreto anhelaba que un príncipe apareciera en mi vida para salvarme, o cuando menos hacer más llevadera mi recuperación. Una noche tuve un sueño, o tal vez no lo fue… me sentía tan atrapada y confundida por lo que me había estado sucediendo que ya no sabía si estaba dormida o despierta. Fue en ese momento que me cuestioné muchas cosas, así que sin pensarlo comencé a escribir en la computadora con el afán de desglosar mi telaraña de sentimientos…. tal vez en la pantalla tendrían más sentido. Comencé a soñar despierta. Así, nació Leila, quién me enseñó por medio de su historia a apreciar las pequeñas cosas de la vida.
No soy escritora. Pero tengo algo que contar. Si algo aprendí a lo largo de estos años de carrera es la capacidad de contar historias. Quiero compartir con los adolescentes lo que entendí estando en cama esperando recuperarme. 
Los cuentos de hadas no existen. El príncipe azul no combatirá dragones para salvarte ni llegará en un caballo blanco.  Pero sí podemos vivir la belleza del mundo real, en el que el chico de nuestros sueños llegue un poco temeroso… a tocar el timbre.

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